Werther: morir de amor por Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com
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12-2-2021
El Gran Teatro Nacional estrenó en Lima con la Orquesta Sinfónica Nacional
Juvenil Bicentenario, la hermosa ópera Werther
del francés Jules Massenet, inspirada en “Las desventuras del joven Werther” de
Goethe. El excelente director español Oliver Díaz dirigió un grupo de solistas
bastante homogéneo, con su compatriota Carol García en el rol de Charlotte, la
peruana Ximena Agurto en el rol de su hermana Sophie y sobre todo con la
participación del cantante chileno Jonathan Tetelman en el rol principal del personaje
del atormentado Werther. Este tenor ya tiene una rica trayectoria en los
principales teatros líricos del mundo. Su debut en Lima ha sido una grata e
inolvidable sorpresa, pues por su impecable voz para cantar el rol, su
presencia y su trabajo actoral minucioso en los detalles, nos hacen presagiar
que este artista estará pronto entre los grandes. Hizo bien el chileno de
mantener la voz en el registro medio, pudiendo acentuar los extremos. Al
interpretar Werther no cabe aumentar
más el dramatismo, ni en lo actoral, ni en lo vocal. El éxtasis lírico que ya
lo hay en abundancia en la obra, y está tan bien explicitado en el texto de la
obra y en el libreto de la ópera.
Desde que se publicó la obra de Goethe, hubieron muchos intentos de
llevarla a la ópera, aunque algunos se limitaron a hacer solo algunas arias
sobre el tema. Si bien los libretistas de Massenet, respetaron la trama
original y mantienen los mismos personajes, atenúan un poco los raptos exacerbados
del personaje principal y le dan mayor presencia al rol de Charlotte y a la
interacción entre ella y Werther. Los libretistas franceses le dan también a
los personajes femeninos un toque de elegancia y sensualidad y dejan de ser
simplemente accesorios pues se roban a veces, por así decirlo, el rol
principal. El personaje de Werther al final, en la versión operística, muere
incluso en los brazos de Charlotte, lo cual no ocurre en la obra original de
Goethe. Massenet acentúa el dramatismo
en escenas como en el hermoso dúo del tercer acto, pero hubiese sido un exceso
meter más drama en la escena final, que escenifica el canto final de un hombre
moribundo, en un momento supremo en el que todo está ya perdido y en el cual
solo cabe tener el tono de la confesión o la confidencia póstuma.
El compositor solía decir que había puesto en la composición de esta
obra toda su alma y es en efecto lo que la obra nos transmite. Detrás de la
personalidad abnegada y de alguna manera prudente y tímida de Charlote se
siente una pasión que hierve a borbotones. El manejo musical de la pasión
femenina en Massenet, es simplemente magistral. Cuando pensamos mutatis
mutandis en su otra heroína que fue Manon, donde mas bien el compositor,
retrata a la mujer extrovertida y sensual, que no esconde su vocación de
libertina por no decir de prostituta, vemos también un personaje multifacético,
capaz de comportarse también como esposa y como hermana. Al margen de esa vida
exterior de Manon, el compositor nos muestra en ella, a un ser con una vida
interior muy rica y compleja. El genial francés tenía una paleta musical muy
rica para diseñar sus personajes femeninos. La obra de Goethe sale enriquecida
al pasar por la inspiración de Massenet, como también el Otello de Shakespeare,
sale enriquecido con la música de Verdi.
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Volver a ver esta obra me ha llevado a múltiples reflexiones: sobre la
ópera misma, el tema mismo del suicidio y mas aún el suicidio juvenil que no
deja de tener una preocupante actualidad. Es la tercera causa de muerte entre
los jóvenes. Es paradójico que sea un tema persistente, en una época de la vida
en la cual se supone hay la energía para ver el futuro con espíritu positivo.
Hay diferencias sin embargo en el suicidio juvenil cuando el elemento
desencadenante es un hecho puntual, como puede serlo la frustración de no pasar
exitosamente el examen de acceso a las prestigiosas universidades (como suele
serlo en Japón o China) o un fracaso profesional, cuando lo comparamos con el
suicidio, como producto de los desgarros de una relación pasional frustrada o
inconclusa. Es la segundo tipo de suicidio que vamos a analizar tomando como
referencia la temática del Werther.
En lo musical hay muchas formas de interpretar el Werther de Massenet, pero lo curioso es que aunque el libreto original
de la ópera es en francés -aunque la primera presentación se hizo en Viena y
fue en una traducción al alemán- y es cantada usualmente en francés, los
mejores intérpretes para ese rol no han sido necesariamente tenores franceses.
La versión que muchos consideran referencial desde los años 70 fue la de
Alfredo Kraus, un exquisito tenor español, que acentuaba con su porte
aristocrático y su bien trabajada voz, el lado lírico y explícitamente romántico
del personaje. Werther, ya sabemos que era un personaje suicida pero también, era un
hombre sensible a la naturaleza, al amor mismo, al contacto con la gente
sencilla y con los niños. El mundo interior de Werther es muy rico y el que sea
suicida en nada disminuye la riqueza de su personalidad y por lo mismo
interpretar a Werther con un histrionismo exagerado no es algo que dé un
retrato fiel del mismo. No es necesario por lo mismo, cantar el personaje con
una voz de tenor heroico, marcado desde el inicio por la fatalidad y envolverlo
desde la partida con un manto fúnebre. La voz justamente de tenore di grazia
que era la de Kraus, le permitía transmitir a la perfección su percepción del
personaje.
Al otro extremo de la interpretación, tenemos hoy en día la
construcción musical que hace del personaje, el excepcional tenor alemán Jonas
Kaufmann, cuya voz portentosa, nos da una lectura diferente del personaje. Con
esa voz tan cuajada en los suicidas personajes wagnerianos, Kaufmann nos regala
en sus diversas interpretaciones, un Werther con acentos oscuros, ya herido
desde el comienzo, para quien el suicidio no es sino la estocada final, el rejón
de muerte, la crónica de una muerte anunciada. Werther en sus cartas y escritos
pregona en forma reiterada su deseo de
morir en el texto original de Goethe, y lo dice a lo largo y ancho de la obra.
Curiosamente ese disparo que terminó con la vida de Werther, también fue el
detonador inicial a fines del siglo XVIII del movimiento literario denominado “romanticismo”
que a partir de Alemania se propagó por Europa. La publicación del Werther generó una epidemia de
suicidios de jóvenes, que sobrepasó las 40 víctimas y la obra incluso fue
prohibida en algunos lugares, para evitar que otros jóvenes, vestidos con el
chaleco amarillo, imitando al personaje, pusiesen también punto final a sus
vidas.
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La puesta en escena, presentada en Lima ha sido minimalista y con un
hábil trabajo de iluminación que nos permitía concentrarnos de lleno en los
personajes. Paneles gigantes que reproducían el texto de algunas cartas en
francés, enmarcaban las escenas. Solo en el tercer acto se agrega un escritorio
al escenario y la escena final de la muerte de Werther ocurre en un cuartucho
muy simple. Es la forma moderna de hacer las cosas. El barroquismo ya no cabe
en las puestas en escena modernas. Una proliferación de objetos y de mobiliario
distraen innecesariamente la concentración. No suman para comprender la acción,
mas bien restan. Ya la vida moderna nos da a cada instante demasiada
información, redundante, banal, secundaria e innecesaria por lo que cuando de
buen grado queremos ver una obra teatral o escuchar/ver una ópera, lo mejor es
que nuestra atención no se pierda en lo accesorio o banal. Y para eso fue una
excepcional idea traer a un escenógrafo tan experimentado como el
colombiano/argentino Alejando Chacón. Difícil de olvidar la magistral puesta en
escena que el mismo Chacón, nos dio del Don Carlos de Verdi hace algunos años,
con una decoración sobria, que permitía percibir y sentir la densidad de cada
personaje y cada vez que intervenía uno, nos daba la impresión que llenaba toda
la escena. Los personajes de Schiller en esta conmovedora ópera de Verdi,
parecían esculpidos en el mármol, cuya blancura sobresalía frente al fondo
oscuro, arropados con la sublime música del genial italiano.
Hablar del Werther de Goethe
o de Massenet, es hablar del tema del suicidio que de alguna manera a pesar de
su recurrencia y hasta banalidad suele ser un tema tabú, sobre el cual mucho se
piensa y poco se habla. El suicidado de alguna manera acusa a su entorno o a la
sociedad de algo y la reacción del entorno suele ser de culpabilidad, de no
haber hecho caso a una callada súplica o a una demanda de atención por parte
del suicidado. Si bien el suicidado a final de cuentas es el único responsable
de sus actos, la idea no se gesta de un momento a otro. El suicidio como en el
caso de Werther se premedita poco a poco, hasta que se instala como una especie
de necesidad en la conciencia y solo hace falta el estímulo externo que
desencadena la decisión final. Uno de los principales interrogantes que
enfrentamos los psicólogos cuando tratamos a pacientes suicidas, es el por qué
frente a frustraciones masivas, de separación o de pérdida o de ruptura de
algún tipo de relaciones, algunos tienen tentaciones suicidas y otros no. Uno
llega a comprender las necesidades del ser humano, pero difícilmente comprende
qué es lo que satisface realmente el deseo del hombre, y la forma cómo procesa
el ver frustradas la satisfacción de sus necesidades o deseos. Renunciar a la
vida es muchas veces llevar la libertad hasta sus últimas consecuencias, pero
eso no significa ser dueño de certitud alguna. Albert Camus y otros planteaban
que el suicidarse o no, es quizás la disyuntiva esencial del ser humano. La
duda sin embargo, frente a lo que busca el suicidado siempre está plagada de la
misma incertidumbre, por muy explicativas o argumentativas que a veces sean las
cartas o mensajes que deja el suicidado. Ya en la primera página del Werther de
Goethe, las preguntas están hechas sin tapujos y de diversas formas. ¿Qué es lo
que busca en el fondo de su corazón el hombre?, ¿Por qué se queja?
Para elucidar estas eternas preguntas el arte siempre nos dio
respuestas más aproximadas, aunque nunca definitivas, que aquellas que tanteó
la ciencia. El análisis que en algunos casos
podemos hacer en casos precisos del rol que puede tener un entorno
específico para desencadenar una decisión definitiva e irreversible, nos lleva
a pensar cómo una sociedad puede muchas veces desencadenar toda una serie de
situaciones cuya suma total tendrá una víctima precisa, pero esta vez ya no en
la ficción, sino en la vida misma.
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Ocurre que este año se cumplen 50 años del suicidio de Gabrielle Russier,
la joven profesora francesa que se suicidó porque la sociedad bastante
intolerante todavía, de fines de los años 60’ se interpuso entre ella y la relación
pasional que ella sostuvo con un alumno suyo, con quién tenía una diferencia de
16 años. El 16 y ella 32. En el Hollywood actual quizás a pocos sorprenda que
Madonna o Jennifer López hayan tenido mas de 20 años de diferencia sobre
algunas de sus ex parejas recientes. Pero la posibilidad de transgresión
ilimitada del mundo de la farándula moderna poco tiene que ver con la
rigidez que todavía tenía la sociedad
francesa de los 60, bastante estática en sus costumbres conservadoras y con una
estructura patriarcal casi inmutable que fue removida justamente por los
sucesos del mayo del 68.
“Prohibido prohibir”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible” eran
algunos de los slogans que se leían en los muros de París en esos días que
nació el amor entre Gabrielle y Christian. La aparición de la píldora
anticonceptiva, la legalización del divorcio y los debates sobre el aborto que
ya comenzaban, indicaban que se estaba entrando a una mutación social, abierta
a un mundo totalmente nuevo, mas tolerante hacia nuevas formas de ser y de
pensar. Es justamente con el ecran de fondo de esos días de mayo del 68, de
revueltas estudiantiles, de paros obreros y algunas barricadas, que nació la
relación pasional entre el alumno Christian Rossi y la profesora Gabrielle
Russier, que llevó al joven estudiante a enfrentarse contra su familia y a la
profesora de alguna manera contra la sociedad. Ella fue acusada de seducir a un
menor de edad, y fue expulsada de su trabajo, detenida dos veces por la policía
y el fue sometido a un tratamiento psiquiátrico, algo impensable en estos días.
La paradoja es que la Francia actual tiene como presidente a Emmanuel Macron,
un alumno que se casó con su profesora del colegio, la cual le lleva a él, 24
años de diferencia. Increíble paradoja y la mejor prueba que en muchas cosas las
sociedades evolucionan y se vuelven mas tolerantes. La situación también en
otros lugares suele ser a la inversa, pues el ex presidente de Brasil, Michel
Temer, le llevaba casi 40 años de diferencia a su actual esposa. En la Francia
actual casi 20% de las mujeres están casadas o conviven con hombres menores que
ellas.
La relación pasional que llevó al suicidio a Gabrielle Russier, tiene
diversos elementos que nos hacen pensar en Werther. Las cartas mismas que ella
escribió cuando estaba en prisión nos muestran la forma dolorosa de cómo ella
procesaba su dolorosa situación, su abatimiento
y su desazón. Ella no vio otra salida que el suicidio al igual que el
personaje de Goethe. Hay una fase o etapa en
el proceso mental del suicida que se caracteriza por una rabia o cólera
violenta a una sociedad que se interpone a la persona y al objeto de su deseo.
Muchas veces por eso los crímenes pasionales, suelen ser un asesinato que
precede un suicidio y a veces implican hasta la muerte de un tercero cuando hay
celos de por medio. Le debemos al genio de Goethe el haber intuido de forma tan
genial, la forma como funciona en la mente la mecánica del comportamiento
suicida y lo difícil que es detener dicho mecanismo cuando este se desencadena,
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y la violencia de las emociones dirigidas hacia sí mismo, al entorno y
hacia el mismo objeto amado que tal decisión implica. Nada mas dramático que la
carta dirigida por Werther a Charlotte, no enviada y encontrada después que el
muere y en la cual había escrito:
“Me acosté y al levantarme esta mañana no obstante la carencia de
sueño, he encontrado en mi corazón esta resolución firme inquebrantable ¡Quiero
morir!. No es desesperanza. Es la incertidumbre de que he acabado mi carrera y
de que me he sacrificado por ti. Sí Charlotte ¿Por qué te lo he de negar? Es
preciso que uno de los tres muera y quiero morir yo. ¡Oh querida mía! Una idea
furiosa ha penetrado a mi despedazado corazón muchas veces...,matar a tu
esposo.. a ti … y a mí,. ¡Sea pues, esto último!”
La muerte de Gabrielle Russier, lejos de ser un hecho banal, fue algo
que de alguna manera conmocionó a Francia. Dos años después de lo ocurrido se
hizo una película, “Mourir d´aimer” que causo furor gracias sobre todo al
talento de Annie Girardot y la música para la banda sonora fue compuesta por
Charles Aznavour. El talentoso compositor hizo también la letra de la canción,
que de alguna manera es una reflexión sobre esa trágica historia, que nos habla
sobre esa cercanía y hasta complicidad que tienen Eros y Thanatos, el amor y la
muerte, cuando la pasión esta de por medio. Los artistas y los poetas mejor que
nadie saben descifrar esos hieroglifos, que describen las contradicciones del
alma humana y sobre todo el dolor que precede una decisión irreversible.
“Amor que no lastima, da lástima” escribía un poeta peruano y esa
paradoja encierra una gran verdad. El amor pasión puede a veces llevar a la
locura o a la muerte. Los inicios de una pasión pueden llenarnos de un entusiasmo
ilusorio, pero los campos de aterrizaje muchas veces inevitables son la locura
o la muerte.
Los personajes suicidarios como el de Mme. Bovary y de Ana Karenina
poblarán todavía por un buen tiempo la subjetividad occidental porque fueron
servidas por la pluma incomparable de Flaubert y de Tolstoi, pero basta leer la
prensa amarilla de casi cada día para encontrar el estrago causado por ese
vaivén entre amor y muerte a lo cual lleva la pasión. La música popular a veces
tiene letras que en su inocente superficialidad tratan estos temas. Pienso en
esa canción caribeña que hace algunos años los cultores de la salsa escuchaban
acompañado por el Gran Combo de Puerto Rico. La canción en su simplicidad
muestra las obsesiones recurrentes del loco enamorado:
“A Goyito Sabater lo tienen en psiquiatría
Por decirle a una mujer
Del
modo que la quería.
Y esto fue lo que dijo Goyito Sabater Esta
tonta tontería:
Tu espejo quisiera ser
Para
tus bellezas ver
Y también quisiera ser El
jabón que te perfuma
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Para envolverte en mi espuma
Y besar toda tu piel.”
Para la película que relata la tragedia de Gabrielle Russier, Charles
Aznavour compuso no solo la música de la banda sonora sino un texto, que como
muchos de los que escribió alcanzan un nivel poético equivalente al de los
grandes vates. Aznavour tenía esa sensibilidad que le permitía en el texto de
sus canciones, reflejar el drama cotidiano de la gente común, aquello que el
común de los mortales siempre piensa y no sabe expresar. ¿No es eso justamente
lo que buscaban los grandes poetas románticos, el mismo Goethe, Schiller o Novalis? Mal se ha
hecho en el mundo occidental en crear muchas veces, una brecha que separe la
música y la poesía popular, de otra que pretende ser mas docta y mas rebuscada.
Sobre todo cuando la inspiración del artista está confrontada frente a esas
situaciones extremas que combinan el amor y la muerte. Cuando trata esos temas
Aznavour, la inspiración fluye con una capacidad de belleza ilimitada. En el
texto de la canción “Morir de amar” inspirado en la muerte de Gabrielle
Russier, lo logra:
“Un mundo cruel me ha condenado “Les parois de ma vie sont
lisses Sin
compasión me ha sentenciado
Je m´accroche mais je glisse En
cambio no siento temor Lentement
vers ma destinée
Morir de amar
Mourir d´aimer
Y mientras se juzga mi vida Tandis que le monde me juge No veo mas
que una salida Je ne
vois pour moi qu´un refuge Que es encontrar en
mi corazón
Toute issue m´etant condamnée Morir de amar
Mourir d´aimer
Morir de amor
Mourir d´amour Es morir solo en la
oscuridad
De plein gré s´enfoncer dans la nuit Cara a cara con la
soledad
Payer l´amour au pris de sa vie
Sin poder implorar Sin poder implorar ni clemencia ni piedad Pecher contre le corps mais non
contre l´esprit.
El genio de Aznavour logra el tono preciso para hablar de algo doloroso
y grave como lo es una muerte por amor. Ese es el tono de voz que en algún
lugar dentro de sus tumbas escuchan todavía Werther y Gabrielle, como las
melodías de los viejos tangos, que tienen mucho
de olor a vida pero también gusto a muerte.
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