La batalla de Tarapacá
27 de noviembre de 1879
¡Gloria a los héroes que murieron por la Patria!*
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Luego de la muerte del
almirante Grau y la captura del extraordinario blindado Huáscar, es decir,
destruido el poderío naval del Perú, la escuadra chilena se hizo dueña absoluta
del mar, hecho que permitió a los estrategas militares de ese país ejecutar
finalmente la primera fase de la campaña terrestre de la guerra de invasión de
Chile en 1879, cuyo objetivo inmediato consistía en capturar la provincia peruana
de Tarapacá, rica en minerales y depósitos de salitre.
Cuando estalló la guerra,
el Perú tenía un ejército de tierra compuesto por 4,800 hombres poco más o
menos, desperdigados en guarniciones ubicadas en diferentes regiones del
territorio nacional. La infantería contaba con unos 2,700 soldados y 290
oficiales, divididos en ocho batallones integrados cada uno por 400 hombres,
aproximadamente. El comando general del ejército peruano se ejercía a través de
tres generales de división, veinte generales de brigada y 74 coroneles. Los
batallones eran el Pichincha, Zepita, Ayacucho, Callao, Cusco, Puno, Cazadores
y Lima. La caballería era más modesta aún: 780 hombres divididos en tres
regimientos: El legendario Húsares de Junín, los Guías y los Lanceros de
Torata. La artillería estaba compuesta por los regimientos Dos de Mayo y
Artillería de Campaña, con un total de 1,000 hombres. Sin embargo, la mayor
parte de la artillería peruana era estática y se concentraba en el puerto del
Callao. Estaba dividida en las baterías Independencia, Pichincha, Zepita,
Maipú, Provisional y Abtao, provistas de 31 cañones; las torres giratorias
blindadas La Merced
y Junín, armadas cada cual con dos cañones Armstrong de 300 pulgadas; los
fuertes Ayacucho y Santa Rosa, provistos con dos cañones giratorios Blakely de
500 libras; y, los torreones Manco Cápac (4 cañones Vavasseur de 300 libras) e
Independencia (2 cañones Blakely de 500 libras). En total, 12 fuertes con un
total de 45 cañones. La artillería móvil, para uso de campaña apenas constaba
de treinta cañones.
En ese entonces la unidad
táctica del ejército peruano era el batallón, integrado por doce compañías de
cincuenta hombres cada una. En la práctica sin embargo, la mayoría de los
batallones no superaban los quinientos hombres. Estos eran comandados por un
coronel, apoyado por un teniente coronel (comandante) y un mayor. Cada compañía
era dirigida por un capitán y cuatro subalternos, generalmente sub-tenientes.
El uniforme de la infantería constaba de una chaqueta y pantalón de algodón
blanco. Cada hombre cargaba un rifle (por lo general, pero no excluyentemente, Martini-Peabody),
cien cartuchos de munición, una cantimplora de lata de un cuarto de galón y una
frazada doblada alrededor de la cintura. Los oficiales utilizaban uniforme de
estilo francés, con algunas variaciones; levita o chaqueta azul, pantalón de
paño rojo, kepí, botas de cuero hasta las rodillas, pistola y sable.
Recurriendo a las
reservas, para julio de 1879 el Perú logró conformar una pequeña fuerza militar
de 7,500 soldados y guardias nacionales, número que resultaría muy inferior al
de las tropas chilenas. Esta fuerza quedó al mando del general Juan Buendía y
compuesta por seis divisiones. La primera de ellas, fuerte de 1,455 efectivos,
estuvo integrada por los batallones Ayacucho, Provisional de Lima y la Columna de Voluntarios de
Pasco; la II División,
a órdenes del coronel Andrés Avelino Cáceres, con 1,230 soldados, se integró
con los batallones Puno, Lima, Guías y el escuadrón Castilla; la III División,
dirigida por el coronel Francisco Bolognesi (1,315 soldados), estaba compuesta
por los batallones Cazadores del Cusco, Cazadores de la Guardia y el escuadrón
Húsares de Junín; la IV
División, bajo el coronel Justo Pastor Dávila, se componía
del Regimiento 2 de Mayo y el batallón Zepita (1,123 soldados); la V División, comandada
por el coronel Ríos, estaba conformada por los batallones Segundo de Ayacucho y
Guardias de Arequipa; mientras que la VI División, al mando del general Bustamante, con
1,085 soldados, estaba integrada por los batallones Iquique, Cazadores de
Tarapacá y las columnas Loa y Tarapacá.
Esta fuerza, que se unió a
los 4,534 hombres del ejército boliviano aliado, fue diseminada entre las
vastas costas de Iquique, Tacna, Tarapacá y Moquegua, como parte del “I
Ejército del Sur”, bajo órdenes del general Juan Buendía. Mientras se prolongó
la campaña naval, el referido ejército ejecutó maniobras tácticas y de
desplazamiento, siempre desde una perspectiva defensiva y no entró en acción.
El ejército chileno, por
su parte, en los seis meses que duró la campaña naval, tuvo tiempo para
convertirse en una maquina de guerra eficiente y numerosa. Para el inicio de
esta etapa, noviembre de 1879, el ejército de Chile, que antes de la
declaración de guerra constaba de 3,000 hombres, se había multiplicado
geométricamente.
Varios batallones como el
Buin, el 2do de Línea, el 3ro, el 4to y el Santiago, fueron elevados a
regimientos. Estos eran comandados por un coronel o teniente coronel, y cada
uno estaba integrado por unos 900 hombres. Cada regimiento chileno constaba de
dos batallones de cuatro compañías cada uno. A su vez, las compañías se
componían de un capitán, un teniente, tres subtenientes, un sargento primero,
seis segundos, seis cabos primeros, seis cabos segundos, cuatro cornetas y unos
200 soldados.
El alto mando militar
chileno quedó compuesto por el general Justo Arteaga en capacidad de Comandante
en Jefe: el general de brigada Erasmo Escala, comandante general de la
infantería; el general de brigada Manuel Baquedano, comandante general de
caballería y el coronel Emilio Sotomayor, comandante de las reservas. El Jefe
de Estado Mayor era el general de brigada José Antonio Villagrán. En esta etapa
pudo observarse, aunque incipientemente, un fenómeno interesante: La influencia
francesa en Chile, que había sido perceptible desde mediados de siglo, estaba
siendo lentamente reemplazada por la de Prusia. En efecto, luego de la derrota
de Francia en la Guerra
franco-prusiano de 1870-71, la admiración hacia las instituciones del ejército
prusiano fue creciendo, lo que en un futuro cercano llevaría a una
reorganización de las fuerzas armadas chilenas bajo la eficiente influencia
germana.
Pronto se inició la
invasión de territorio peruano. Apenas tres semanas después de Angamos, el dos
de noviembre de 1879, pese a una férrea resistencia, 10,000 soldados
pertenecientes a la fuerza expedicionaria chilena, más conocida como “Ejército
de Campaña”, apoyados por casi todos los barcos de guerra de su escuadra y diez
vapores (la Magallanes,
el Amazonas, la O´Higgins,
el Loa, el Itata, el Copiapó, el Limari, el Matías Cousiño, el flamante crucero
Angamos, la Abtao,
el Paquete de Maule, el Huanay, el Lamar, la Covadonga, el Santa
Lucía, el Tolten, el blindado Cochrane, el Elvira Alvarez y el escampavías
Toro), a órdenes del general Erasmo Escala, lograron desembarcar, en tres fases
de ataque, en el puerto de Pisagua estableciendo así su primera cabecera de
playa en territorio peruano. Entre las fuerzas de desembarco se encontraban los
nuevos regimientos Buin, Tercero y Cuarto de Línea y batallones del Atacama y
Zapadores. En este proceso los chilenos tuvieron 330 bajas entre muertos y
heridos.
En términos estratégicos y
recursos materiales el ejército expedicionario chileno, a órdenes del general
Erasmo Escala, se mostraría superior a las fuerzas aliadas peruano-bolivianas.
Acto seguido, las fuerzas chilenas se apoderaron del ferrocarril Pisagua-Agua
Santa y de ahí procedieron hacia el norte, asegurando una línea de provisiones
con el valioso apoyo de su escuadra.
En este proceso capturaron
los chilenos la localidad de Dolores. El 19 de noviembre las fuerzas aliadas se
enfrentaron al ejército expedicionario en las alturas del cerro de San
Francisco, en un frente de tres kilómetros de extensión. Fue un combate cruento
e intenso en que ambos ejércitos mostraron un gran valor y arrojo. Si bien la
infantería aliada era superior en número (7,400 peruanos y bolivianos contra
6,000 chilenos), los primeros contaban sólo con 18 cañones contra 34 modernas
piezas de artillería del adversario. Los chilenos además ocupaban la cima del
cerro San Francisco, que por su inclinación se constituyó en una plaza
prácticamente inexpugnable, mientras que los aliados dominaban las faldas del
cerro.
En este combate destacó la
acción del batallón Zepita, fuerte de 35 oficiales y 601 soldados al mando del
coronel Andrés Avelino Cáceres. Cuatro compañías del Zepita, al mando del
comandante Ladislao Espinar, ejecutaron una carga espectacular que les permitió
alcanzar la cumbre del cerro, donde se batieron con un heroísmo singular y se
apoderaron de dos cañones adversarios. Pero aquel triunfo parcial fue a costa
de mucha sangre, y los hombres victoriosos del Zepita, con su temerario
comandante a la cabeza, casi fueron exterminados por los batallones Atacama y
Coquimbo, que habían acudido como refuerzos para contener el asalto. Los
últimos sobrevivientes de aquellas compañías del Zepita se batieron cuerpo a
cuerpo. Durante la cruenta batalla pereció un alto número de tropa y oficiales
de los batallones Zepita y Dos de Mayo. Un jefe chileno del Atacama atestiguó
así el valor desplegado por los contrincantes:
"He tenido ocasión de
ver a dos soldados muertos, José Espinoza (chileno, de la primera compañía), y
un peruano del Zepita; ambos estaban cruzados por sus bayonetas y como si aun
no fuera bastante, esos valientes se hicieron fuego, quedando enseguida
baleados en el pecho".
Los cañones chilenos
Krupp, que en vez de proyectiles utilizaban el mortal “grapeshot” o metralla,
barrían a veces compañías enteras. Los peruanos del Zepita, del Ayacucho,
Olañeta e Illimani, continuaron avanzando resueltamente por el oeste, mientras
la división de ataque formada por los batallones Puno número 6 y Lima número 8,
avanzaron por el centro chileno apoyando los fuegos de la división ligera y
dirigiendo sus tiros contra los batallones Coquimbo y Atacama. Al mismo tiempo
el batallón 3 de Ayacucho, al mando del coronel Leoncio Prado se desplegó en
guerrilla al pie del cerro, disparando contra los batallones del Valparaíso,
del 2do, 3ro y 4to de Línea.
A las 17:00 horas y en
parte por el desbande de las tropas bolivianas al mando del General Villamil y
por el arribo de la división chilena de reserva bajo el general Escala, la
fuerte avanzada aliada colapsó y en horas de la noche se debió emprender la
retirada. Los chilenos, agotados, no se decidieron a emprender la persecución y
se parapetaron en las calicheras.
Cuatro días después, el 23
de noviembre el ejército chileno ocupó el puerto peruano de Iquique. Las
diezmadas fuerzas del I ejercito del Sur, se vieron forzados a ejecutar una
nueva progresión y marcharon entonces hacia Tarapacá. El comandante del
ejército chileno, general Escala, enterado de la difícil situación del
adversario e informado de su posición exacta, envió a su encuentro una
expedición de 3,900 hombres, al mando del coronel Luis Arteaga, compuesta por
el batallón Chacabuco, cinco batallones de infantería pertenecientes a los
regimientos 2do de Línea y Zapadores, un escuadrón de caballería, (el
Granaderos a Caballo) y cuatro cañones de bronce y seis potentes cañones Krupp
bajo el Regimiento de Artillería, con objeto de liquidarlos.
De acuerdo al parte
oficial del general Escala, se presumía que en Tarapacá había entre 1,500 y
2,000 soldados peruanos “en pésimas condiciones, agobiados por el cansancio y
la escasez de recursos y en un estado de completa desmoralización…”.
En horas de la madrugada
del 27 de noviembre 1879, la fuerza chilena alcanzó su objetivo y tomó posición
ofensiva en las colinas localizadas al oeste de la ciudad de Tarapacá, en un área
de una legua de extensión, que iba entre el alto de la cuesta de Arica y el de
Visagras. La división chilena entonces fue dividida en tres fracciones: La
primera, al mando del teniente coronel Eleuterio Ramírez, compuesta en su
mayoría por los batallones del regimiento 2do de Línea y dos cañones de bronce,
tenía como objetivo apoderarse de la Huaracina, donde se encuentran las provisiones de
agua del poblado y de ahí avanzar hacia Tarapacá; la segunda, a las órdenes del
propio coronel Arteaga, formada por el regimiento Artillería de Marina, el
batallón Chacabuco, cuatro cañones de Bronce y dos cañones Krupp, debía atacar
de frente a los peruanos por las alturas que dominan la población; y, la
tercera, dirigida por el comandante Ricardo Santa Cruz e integrada por un
batallón del 2do de Línea, 260 hombres del Zapadores, 116 Granaderos a Caballo
y dos secciones de artillería Krupp de montaña, tenía que situarse cerca del
paso de Quillaguasa para recortar la retirada de los peruanos por el camino de
Arica “y batir la quebrada desde las alturas”.
Los peruanos, que carecían
de un sistema de alerta o vigilancia, fueron informados de la presencia del
adversario por dos arrieros que se toparon con las columnas chilenas a
distancia. Tan pronto se produjo este hecho, el Coronel Andrés Cáceres, jefe de
la segunda división peruana, ordenó que se tocara diana y organizó un consejo
de guerra. En virtud que los peruanos carecían de un plan de contingencia para
responder a una emergencia como aquella, Cáceres dispuso que la tropa ocupara
las alturas que circundaban Tarapacá. Sin embargo, en las primeras horas del
amanecer, los chilenos ya se habían posesionado de las mismas y al parecer
esperaban que sus enemigos rindieran las armas, por efecto de la sorpresiva
maniobra y ante la supuesta imposibilidad que pudieran atacar sus estratégicas
posiciones.
Pero Cáceres no era hombre
que se rindiera fácilmente. Por el contrario, recuperado del factor sorpresa,
dispuso que los 3,000 hombres bajo su mando se dividieran en tres columnas. La
primera y segunda compañía de su legendario regimiento, el Zepita, bajo órdenes
del teniente coronel Juan Francisco Subiaga, colocó a la derecha. La quinta y
sexta compañía, bajo el capitán Francisco Pardo de Figueroa se ubicó en el
centro y la tercera y cuarta compañía, bajo el mayor Argüidas, tomó posición
del sector izquierdo. Simultáneamente, Cáceres envió un mensaje al coronel
Manuel Suárez, comandante del regimiento Dos de Mayo, ordenándole atacar desde
la izquierda. Dos batallones de la División Vanguardia,
con un total de 1,400 hombres, que acampaban a 45 kilómetros de
distancia, también fueron avisados y se pusieron en marcha. Aquellas tropas
tardarían seis horas en llegar al campo de batalla.
La lucha se inició con
ímpetu alrededor de las 9:15 de la mañana. El Zepita empezó furiosamente el
ataque contra las posiciones chilenas, y el resto de los regimientos peruanos,
bajo órdenes de los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón se movieron también
contra el adversario. El Zepita subió el lado oriental de las colinas bajo los
nutridos disparos de la artillería y la infantería chilena. El fuego era muy
intenso, pero los peruanos, en desplazamientos de guerrilla, continuaron
avanzando. La primera y la segunda compañía del Zepita fueron las primeras en
alcanzar su objetivo a las 9:30 de la mañana. Fueron recibidos con un fuego
nutrido de la artillería chilena, pero que no fue suficiente para contener el
valeroso ataque de la infantería peruana. Luego de una espectacular carga con
bayoneta y contra viento y marea, lograron capturar cuatro cañones y todas las
municiones de los adversarios. Acto seguido, concentró sus fuegos contra los
Zapadores y las compañías del 2do de Línea. En 45 minutos una de las brigadas
chilenas fue totalmente aniquilada.
A la 9:45 de la mañana el regimiento
chileno Artillería de Marina entró en acción, siendo anulado por el Zepita y el
Dos de Mayo. Las columnas bajo los jefes Pardo Figueroa y Arguedas causaron un
daño severo en la infantería chilena. Tal fue la intensidad de su ofensiva que
los chilenos, luego de resistir a pie firme, perdieron finalmente el control y
se vieron obligados a retirarse en completo desorden hacia una posición
localizada tres millas detrás de las colinas. Los peruanos habían logrado una
victoria parcial, pero habían perdido varios hombres en la arremetida,
incluidos el teniente coronel Juan Zubiaga, el capitán Pardo Figueroa, el
coronel Manuel Suárez, jefe del batallón Dos de Mayo y Juan Cáceres, hermano
del espartano Andrés Avelino.
En efecto, Andrés Cáceres
también estaba herido pero decidió continuar la lucha contra las nuevas
posiciones chilenas bajo el coronel Arteaga. Su división se reforzó con la
llegada del batallón Iquique y los Loa y Columnas Navales, así como una
compañía del batallón Ayacucho y uno del batallón Gendarmes. Esas fuerzas eran
parte de las dos Divisiones peruanas, fuerte de 1,400 hombres que se
encontraban a 45 kilómetros de Tarapacá cuando la batalla hizo erupción. Entre
los refuerzos se encontraba el batallón Iquique número uno, cuyo comandante, el
legendario Alfonso Ugarte, fue herido de un balazo en la cabeza, no obstante
continuó la lucha al frente de sus tropas.
Con estos refuerzos
Cáceres ejecutó un nuevo ataque por el sudeste de Tarapacá, alcanzando y
disolviendo al enemigo en cinco ocasiones. Los chilenos, que obviamente eran
soldados muy aguerridos y valientes, se reagruparon igual número de veces. Es más,
una columna chilena se dirigió hacia el pueblo de Tarapacá, que estaba,
defendido por el batallón Guardias de Arequipa y la columna boliviana Loa, los
cuales, tras una encarnizada lucha los rechazó. La batalla en la ciudad, fue
casa por casa.
La tercera división al
mando del coronel Bolognesi, jugó parte importante en la acción. El viejo
coronel, que antes de la batalla encontrábase enfermo y padeciendo alta fiebre,
olvidó sus padecimientos y se puso al frente de su tropa, cuyo comportamiento
fue admirable. El batallón Arequipa, de la referida división, capturó como
trofeo el estandarte del regimiento 2do de Línea. Cáceres, desde su posición
flanqueó a los chilenos por el sector izquierdo. Aquellos, ejecutaron entonces
un contraataque con su caballería a efecto de romper parte de las posiciones
peruanas, pero la carga logró ser contenida por los galantes hombres de las
columnas Loa y Navales. Cáceres entonces dispuso ejecutar un último ataque
contra el centro del ejército chileno, al cual logró destruir completamente.
Los sobrevivientes dejaron sus últimas piezas de artillería, municiones y
rifles y se desbandaron.
Los peruanos habían
logrado, después de nueve horas de intenso combate, una victoria total. La
orgullosa columna chilena había acusado un aproximado de 800 bajas, incluyendo
56 prisioneros de guerra. Entre los muertos chilenos merece destacarse la del
valiente comandante del Segundo de Línea, Eleuterio Ramírez. Perdieron además
toda su artillería (cuatro Krupp, cuatro obuses de bronce) y gran cantidad de
pertrechos. Los peruanos por su parte, tuvieron cerca de 500 bajas, entre
muertos y heridos, lo que demuestra el fragor e intensidad de la lucha.
Ante la falta de
caballería los peruanos se vieron imposibilitados de consolidar la victoria y
no pudieron seguir a sus adversarios más allá de la colina de Minta, ubicada a
dos leguas de distancia de sus posiciones iniciales. Fue sin duda un resultado
que significó un aliciente moral para las tropas y dejó muy en alto el valor,
arrojo y heroísmo de la infantería peruana.
Tarapacá,
desafortunadamente, no cambió los resultados estratégicos del conflicto y el
ejercito peruano se dirigió hacia el puerto de Arica. Coincidentemente uno de
los próximos objetivos chilenos era capturar dicha posición.
Pocas semanas después de
Tarapacá, el alto mando chileno concentró veinte transportes en Pisagua y el 24
de febrero de 1880, frente a la bahía de Pacocha, en Moquegua, al norte de
Arica, desembarcó un ejército de 12,000 hombres. A la cabeza de las fuerzas
chilenas se encontraba su nuevo comandante en jefe, el hábil y competente
general Manuel Baquedano. Dicha fuerza enfrentó a los peruanos en la batalla de
Los Angeles.
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*Publicado originalmente
en la Red Voltaire el 27-11-2009 http://www.voltairenet.org/article163098.html